jueves, 5 de julio de 2007

Europa en mi recuerdo



Durante mi infancia, escuchando un dialecto indescifrable, odiaba el idioma de mis abuelos y por ende todo lo que venía de ese país tan lejano llamado Italia. En esa época el único lugar de Europa que “me sonaba” un poquito, era España por practicar su baile, admirar las películas de Carmen Sevilla o Sara Montiel, y cantar tomada de un cepillo a modo de micrófono, como Lolita Torres. Al llegar a la adolescencia mi abuela quiso darme clases “del vero italiano” pero me negué a recibirlas. Pasaron los años, y mi amor por la música hizo que me enganchara con algunos programas radiales de la colectividad: ¡lo que había rechazado tanto, daba un vuelco de 180 grados! Comencé a soñar con Italia, compraba el único diario que por entonces podía encontrarse cada 15 días. La nona ya no estaba en la cabecera de la mesa, sirviendo sus famosos ravioles, o aquellos caracoles, que curaba durante una semana para que sus nietos saboreáramos en cinco minutos; tampoco para enseñarme la lengua del Dante… Necesité recurrir a una academia, para acercarme cada vez más, y seguir soñando. Por fin la alegría del anhelado viaje. Una excursión de Norte a Sur pasando por el centro. Después de esos primeros 20 días en la península, parar en los Abruzzos, buscar Ortona y encontrar mis raíces maternas, aquellas que había negado en los primeros años de mi vida. En el pueblo, una sola casa guardaba la misma fisonomía de 1890, esa donde había nacido mi abuelo y sus hermanos, a pocas cuadras de ahí, “zia Suntina”, la mayor. La enorme emoción de conocerla y darle la noticia que Rocco, su hermano predilecto todavía vivía en la lejana América, él también se enteraba que su hermana estaba por cumplir los primeros 100 años de vida. ¿Emoción? Puedo repetir mil veces esa palabra: cuando puse a ambos en el teléfono no pudieron decirse nada, las lágrimas cubría el rostro de la tía sentada en su sillón, y el nono que se despertaba con la noticia de mi encuentro con su hermana, no recordaba ninguna palabra del italiano para saludarla. Eran muchas las cosas que debíamos contarnos con mis primos y tíos lejanos, me invitaron a volver el próximo verano, por que ya no me quedaba más tiempo para quedarme con ellos. Mi calendario turístico estaba programado de antemano. En esos días se abrían las puertas de Euro-Disney en Francia y visa con fecha de vencimiento mediante en mi pasaporte argentino, era señal de que me esperaba algo más… Un emocionante viaje en el tren rápido de Roma a París, la odisea de encontrar el subte correcto que me llevara, y por fin la alegría de vivir 3 días dentro de esos cuentos que mi mamá nos leía cada noche a mi papá y a mí. Mirando aquellas fotos, donde dentro de las casi 300 que traje son muy pocas en las que estoy, y aunque durante todo el viaje fui muy feliz, puedo ver que rodeada de esos personajes tan queridos mis sonrisas eran distintas. No podía volver a Roma para tomar el avión de regreso a Buenos aires, sin pasar por la torre Eiffel admirando también al río Sena. Pude cumplir la promesa que le hice a mi familia de volver, y el viaje se repitió no una sino dos veces, me gustaba parar en casa de tía Gilda, ¡cómo hubiera querido contarle a mi abuela con que amor recordaba a la hermosa “Rosariucia” esposa de Rocco!! Desde Ortona volví a los lugares donde mas había disfrutado la primera vez: VENECIA: El lugar donde quisiera pasar los últimos días de mi vida. Hermoso fue revivir el viaje en góndola cuando volví al año siguiente para la regata del primer domingo de setiembre. Llegué el sábado bajo una lluvia enorme, pero en el hotel me enteré que ese día siempre se celebra con sol, 24 horas mas tarde comprobé que era cierto. Otro sueño era pasar los carnavales en Venecia, 2 años después pude cumplirlo (foto del 26.2.95) mezclándome entre las máscaras, siendo otra más para que otros turistas también me fotografiaran. CAPRI: Dos anécdotas del primer viaje, en la excursión, madrugar, embarcarnos en un “vaporetto”, pasar a otro mas chico y de ahí separarnos de a cuatro en botes a remo, un miedo enorme cuando el botero nos aplastó con su cuerpo para entrar a la gruta sin que pegáramos con nuestras cabeza en la montaña, en un segundo la oscuridad se trasformó en un hermoso azul y en una emoción aún más grande compartida entre todos. Ya en tierra Firme y mientras el guía nos contaba todo lo que debíamos saber de cada lugar, nos cruzamos con una señora vestida de negro que parecía salida de las viejas fotos que había en casa de los abuelos, de golpe la perdí de vista, la busqué durante unos minutos alejándome del grupo y al encontrarla le pedí que me dejara fotografiarla contándole lo que había recordado, luego pude ver a varias señoras vestidas así, eran habitantes de Ischia, recorriendo la isla de Capri como nosotros. En mi segundo viaje pasé tres días en la isla, subiendo y bajando de Capri a Anacapri emocionándome nuevamente al disfrutar de esos paisajes maravillosos y del azul del mar. Esta vez no solo guardando en mi retina esas hermosas imágenes, sino equipada con una filmadora para registrarlas mejor. SORRENTO: Me pareció tan corto el tiempo que pasamos recorriendo sus angostas calles durante la excursión, que en mi segundo viaje no pude dejar de visitarlo nuevamente. Me asombré otra vez con su colorido y me emocioné al ver ese golfo donde seguramente el autor se inspiró para escribir el tema Caruso. MILAN: En la excursión, solo estuvimos unas horas de domingo, paseando por la plaza del Duomo donde esa tarde se recordaba alguna fecha importante para los alpinos y le daban un colorido especial a todo el lugar con sus característicos birretes. En mi tercer viaje quise conocer algo mas y pasé tres días recorriendo sus calles, visitando la “Scala” esperando que la lluvia se transformara en nieve, cosa que recién sucedió cuando ya había partido para Ancona. En ninguno de mis tres viajes pude tocar la nieve italiana, solo la observé de lejos en los picos nevados, desde el tren. ROMA: El lugar donde más guías escuché hablar, monumentos, iglesias, catacumbas, toda la historia en esas calles donde se mezcla lo antiguo con lo moderno, sus museos, sus plazas, sus fuentes. La libertad para realizar las distintas manifestaciones en sus calles, día por medio. El Vaticano, la bendición del Papa, la capilla Sixtina. Plaza Navona, el Coliseo, el Castillo del Ángel. ¡Cómo no volver otras dos veces si todos los caminos conducen a Roma?! Aunque ya pasaron varios años de aquella primera excursión a Italia, guardo en mi mente lugares donde estuvimos pocas horas como: Siena, Asís, Pádova, Génova, Nápoles, Pompeya, Pisa. En Cortina D’Ampezzo pasamos dos días admirando sus construcciones de madera, lo más parecido a nuestros Bariloche o San Martín de los Andes, me gustaría volver en invierno para ver y tocar la nieve. También en Florencia pasamos tres días para conocer sus museos, plazas, iglesias, el puente viejo, el río Arno que tantas veces salió de su curso. En el segundo viaje ¡por fin pude estrenar mi pasaporte italiano! Un fugaz paso por Turín y luego viajar durante 28 horas en tren desde Roma a Barcelona para andar esas calles donde hacía muy poco se habían celebrado las olimpíadas del 92. Perderme por sus diagonales una tarde de lluvia, conocer el famoso teatro de la ópera Liceo, el monumento a Colón, el barrio Gótico. Al día siguiente llegar a Madrid, conocer la plaza Mayor, el Palacio Real, el Escorial, la Cibeles, admirar espectáculos de chotís en plena calle de Alcalá, toda la alegría española. Tomar una excursión por el sur pasando por Córdoba, Sevilla viviendo una noche de luna inolvidable mientras recorríamos el río Guadalquivir. Llegar a Granada, visitar la Alambra recordando la historia de moros, presenciar una fiesta flamenca. Sueños que se cumplían uno tras otro, lugares amados en la época del baile español. Volver a Madrid, pasar una tarde en Aranjuez, recorriendo el palacio, sin dejar de imaginarme estar escuchando el concierto escrito por Joaquín Rodrigo. El tercer viaje, comenzó diferente, ya comenté que pasé los carnavales en Venecia, de ahí viajé a Grecia. En Atenas, una excursión que duró todo el día recorriendo las islas, pero lo mejor de todo fue la amistad que aún continúa. Al llegar al catamarán la única turista con ojos redondos era yo, viajé en compañía de 50 japoneses, a mi mesa se sentaron 5 chicas, y con un inglés “a lo indio” pudimos comunicarnos bastante bien, cambiamos nuestras direcciones, nos escribimos, y con una de ellas: Sumiko, volvimos a vernos hace muy poco cuando en otra excursión visitó Buenos Aires. De aquel viaje me quedó pendiente conocer la isla Santorini que por razones climáticas no se pudo visitar en el mes de febrero. Durante los preparativos, desde el primer al tercer viaje, escuché agoreros que me prevenían de robos o estafas en el viejo continente, pero el único problema que tuve, fue con dos choferes de taxi, primero en Madrid, donde me pasearon varias veces por el mismo lugar para cobrarme algo más y después en Grecia: Los taxis en Atenas acostumbran a llevar mas de un viaje en el mismo recorrido, una especie de viejo colectivo argentino: levantan pasajeros en más de un lugar y luego dividen el valor entre ellos. Aquella tarde en que encontraron una distraída turista argentina que no conocía el valor de su peso, el dracma, el chofer el segundo y único pasajero que compartió su viaje conmigo hicieron un buen negocio cobrándome un recorrido de pocas cuadras como si hubiera sido un pasaje de avión. Tantas hermosas experiencias vividas en tres inolvidables vacaciones, me permiten decir que no sufro por no poder pasar aunque sea un solo fin de semana en Mar del Plata. Mis recuerdos de aquellas buenas épocas siguen acompañándome cada día como si el tiempo se hubiera detenido en esos días y pensando así, hoy sufriendo el desempleo que nos toca vivir, no puedo dejar de compararme con el optimista que dice: “las espinas también tienen rosas….”
*Ensayo breve presentado a un concurso en abril del 2001 bajo el seudónimo de Sol Entonado. Betty

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