jueves, 4 de octubre de 2007

de Antonio Machado

A un olmo seco
Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero!
Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera va trepando por él,
y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador,
y el carpintero te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana ardas,
de alguna mísera caseta, al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia el mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

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